Se ha de hacer estos actos delante del Santísimo Sacramento el primer viernes después de la octava del Corpus, y será muy provechoso renovarlos todos los primeros viernes de cada mes.
¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón.
Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.
Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la Iglesia por vos fundada.
¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro seguimiento.
¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación; concedednos que seamos fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
¡Oh muy adorable y amantísimo Jesús! Ardiendo en nuestro amor, siempre compadecido de nuestras miserias, y siempre ansioso de hacernos participantes de vuestros tesoros y de daros totalmente a nosotros. ¡Oh Jesús, mi Salvador y mi Dios! Que por el exceso del más ardiente amor, y del más prodigioso de todos los amores, os pusisteis en estado de víctima en la adorable Eucaristía, donde Vos mismo os ofrecéis en sacrificio por nosotros un millón de veces cada día. ¿Cuáles serán vuestros sentimientos en este estado, no hallando por todo esto en el corazón de la mayor parte de los hombres sino dureza, olvido, ingratitud y desprecio?
¿No bastaba, o Salvador mío, haber tomado el más trabajoso medio para salvarnos, pudiendo habernos manifestado un amor excesivo a menos costa? ¿No bastaba el haber sido una vez sola entregado a aquella triste agonía y mortal desfallecimiento, que os causó el horrible espectáculo de nuestros pecados que quisisteis tomar a vuestra cuenta? ¿Por qué, pues, queréis exponeros aún todos los días a todas las indignidades y ultrajes, de que es capaz la más ingeniosa malicia, de los hombres y de los demonios? ¡Ay mi Dios y mi amabilísimo y dulcísimo Redentor! ¿Cuáles fueron los sentimientos de vuestro Sagrado Corazón a vista de todas estas ingratitudes y de todos estos pecados? ¿Cuál sería aquella amargura con la que tantos sacrilegios y tantos ultrajes anegaron vuestro divino Corazón?
Herido de un intensísimo sentimiento por todas estas ingratitudes, vedme aquí postrado a vuestros pies, para manifestar, a vista del cielo y de todo el mundo, mi dolor por todas las irreverencias y ultrajes que habéis recibido sobre nuestros altares desde la institución de este adorable sacramento. Os pido, con un corazón humilde y deshecho de dolor, una y mil veces perdón por todas estas indignidades. ¡Qué pueda yo, Dios mío, bañar con mis lágrimas, y lavar con mi sangre todos los lugares en que vuestro Sagrado Corazón ha sido tan horriblemente ultrajado, y recibido vuestro amor con tanto desprecio! ¡Que pueda yo con algún nuevo género de veneración, sumisión y humillación reparar tantos sacrilegios y profanaciones. ¡Que pueda yo por un momento tener todos los corazones de los hombres, para satisfacer en algún modo con el sacrificio de todos ellos, por el olvido y la insensibilidad de cuantos no os han querido conocer hasta ahora, y de los que, habiéndoos conocido, os han tan poco amado!
Mas, ¡ay Salvador mío!, lo que me cubre de confusión y lo que más me obliga a gemir, es que yo mismo he sido del número de estos ingratos. Dios mío, Vos que estáis viendo lo más recóndito de mi corazón, Vos sabéis bien el dolor que yo siento por mis ingratitudes, y el pesar que tengo de veros tan indignamente tratado. Vos sabéis la disposición en que me hallo para sufrir y hacer todo cuanto pudiere para repararlas: vedme aquí, Señor, con el corazón penetrado de dolor, humillado y postrado, pronto para recibir de vuestra mano todo lo que quisiereis ejecutar conmigo para desagravio de tantos ultrajes. Castigadme, Señor, castigadme, que yo bendeciré, y besaré cien veces la mano que ejecutare sobre mí tan justo castigo: ¡ah! ¡Que sea yo una víctima proporcionada para satisfacer tantas injurias! ¡Que pueda yo regar y lavar con mis lágrimas, y aun con mi sangre, todos los lugares por donde vuestro Sagrado Cuerpo ha sido arrastrado y pisoteado! Muy dichoso sería, si pudiese por medio de todos los tormentos posibles, desagraviaros de tantos ultrajes, de tantos desprecios y de tantas impiedades. y pues no merezco esta gracia, aceptad, siquiera, este mi verdadero deseo.
Recibid, o Padre eterno, esta protestación que os hago en unión de la que el Sagrado Corazón de mi dulce Jesús os hizo en el Calvario, y de la que su amabilísima Madre la Virgen María os hizo también a los pies de su Hijo crucificado; y a vista de lo que os rogó su Sagrado Corazón, os ruego también yo que me perdonéis las irreverencias que he cometido, y que hagáis eficaz, con vuestra gracia, la voluntad que tengo y la resolución que he tomado de nada dejar de hacer, en adelante, para amar ardientemente, y para honrar por todos los medios posibles a mi Soberano, a mi Salvador y a mi Juez, a quien yo creo realmente presente en la adorable Eucaristía; espero dar bien a conocer esta mi cierta y viva fe con el respeto con que he de estar en su presencia, y por la constante frecuencia que he de tener en visitarlo: y así como hago profesión de honrar singularmente su Sagrado Corazón así también es este mismo Corazón en donde solo deseo pasar todo el resto de mi vida. Concededme, Señor, esta gracia que os pido, y la de dar en este mismo Corazón el último suspiro en la hora de mi muerte. Amén.
Oh Corazón clementísimo de Jesús, divino propiciatorio, por el cual prometió el Eterno Padre que oiría siempre nuestras oraciones: yo me uno con vos para ofrecer a vuestro Eterno Padre este mi pobre y mezquino corazón, contrito y humillado en su divino acatamiento, y deseoso de reparar cumplidamente sus ofensas, en especial las que vos recibís de continuo en la Eucaristía, y señaladamente las que yo, por mi desgracia, también he cometido.
Quisiera, divino Corazón, lavar con lágrimas y borrar con sangre de mis venas las ingratitudes con que todos hemos pagado vuestro tierno amor. Junto mi dolor, aunque tan leve, con aquella angustia mortal que os hizo en el huerto sudar sangre a la sola memoria de nuestros pecados. Ofrecédselo, Señor, a vuestro Eterno Padre, unido con vuestro amabilísimo Corazón.
Dadle infinitas gracias por los grandes beneficios que nos hace continuamente, y supla con vuestro amor nuestra ingratitud y olvido. Concededme la gracia de presentarme siempre con gran veneración ante el acatamiento de vuestra divina Majestad, para resarcir de algún modo las irreverencias y ultrajes que en vuestra presencia me atreví a cometer, y que de hoy en adelante me ocupe con todo mi conato en atraer con palabras y ejemplos muchas almas que os conozcan y gocen de las delicias de vuestro Corazón.
Desde este momento me ofrezco y dedico del todo a dilatar la gloria de este sacratísimo y dulcísimo Corazón. Le elijo como el blanco de todos mis afectos y deseos, y desde ahora para siempre constituyo en él mi perpetua morada, reconociéndole, adorándole y amándole con todas mis ansias, como que es el Corazón de mi amabilísimo Jesús, de mi Rey y soberano dueño, Esposo de mi alma, Pastor y Maestro, verdadero Amigo, amoroso Padre, Guía segura, firmísimo Amparo y Bienaventuranza. Amén.